jueves, 7 de febrero de 2008

Sin título (1era parte)

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14ava personalidad: Escritor

Un día común, uno más entre tantos. Podría haber sido una fecha patria que sonara repetitiva o el cumpleaños de algún viejo conocido. Un horario de trabajo que respetar, tal vez. Un domingo en el cual tocara bañarse. Y la habitación que también lo era, con paredes pintadas de blanco, con tan sólo una cama, ubicada accidentalmente en el medio. Sin cuadros ni espejos, sin mesas de luz ni placares. Ningún detalle para resaltar. Y aún así, todo esto representaba la viva imagen de la realidad.
Resultaba fácil para Ariel compartir el misma cuarto con Elizabeth. No tan así el mantenerse cerca. Todo ese tiempo que habían compartido juntos, antes de que ella lo dejara con la simple excusa de "ya no te amo", volvía su cabeza una bomba de tiempo, llena de ideas impulsivas y hasta de intenciones asesinas, probablemente no más que las de un cobarde que no se anima a disparar una pistola. El se encontraba parado sobre la puerta y tenía la mirada perdida hacia un costado, los brazos cruzados y las piernas cansadas. No se animaba a tomar asiento, acaso para no sentirse menos al verla desde tan abajo... Por un instante sonrió ante el absurdo pensamiento pero luego se dió cuenta de que ni siquiera tenía el valor para verla a los ojos. "¿Por qué?" se preguntaba y divagaba entre historias, recuerdos y más dudas, quedándose finalmente con la respuesta más reveladora: no podía permitirse llorar.
Ella pensaba distinto, desde la esquina más alejada. Se preguntaba sobre las acciones de cada uno. Si tendría que romper el silencio preguntándole para qué la había llamado o simplemente esperar, esperar a que él decidiera revelar el gran secreto. Sintió la ironía, al saber perfectamente qué es lo que pretendía. Probablemente hacer valer sus derechos de ex y llevarla a la cama, tener sexo por conocidos, pasarla bien y finalmente, escucharle decir un sermón de hora y media, sólo para verlo llorar y sumar más incomodidad a su día. Su entorno rogaba por apenas un mínimo ruido y ésto logró perderla en sus conclusiones, olvidando por un instante lo que la incomodaba.
- Te llamé... porque...- al fin dijo Ariel.
- Sé para qué me llamaste.- respondio en tono parco.
Alzó la mirada para verla y un nudo asomó en su garganta. Procuró tomar coraje para hablar e inconscientemente empezó a caminar hacia ella. Movió las manos e intentó encontrar una manera de pronunciar el manuscrito que tenía en su cabeza, pero sólo unas pocas palabras fue capaz de articular. Sus boca se abrió lentamente y finalmente dijo:
- Ya no quiero amarte...
Elizabeth sintió cómo se le contraía el pecho. Jamás había esperado que tan poco le resultara tanto. Jamás alguien le había dicho algo así. Jamás había sentido el miedo a perderlo tanto como ése momento, ni siquiera el día en el que decidió dejarlo de lado. Había visto la sinceridad en sus ojos, el fracaso que lo torturaba amándola aún y esa locura contenida por deshacerse de una vez por todas de tan traicionero sentimiento. Procuró mantener la dureza por fuera pero el corazón comenzó a latirle fuerte, sintió que su cuerpo se estiraba inconsciente hacia él. No podía permitírselo, no podía dejarse llevar por sentimentalismos ni recuerdos de viejas rutinas. Claro que sentía la falta de alguien a su alrededor, voltearse para encontrar un abrazo, un comentario que siempre encontrara su respuesta, una boca a la que siempre besar cuando más lo quisiera, entre tantas otras cosas. Fue entonces ella la que desvió la mirada y contuvo el aliento.
- No...- alcanzó a responder.
Ariel avanzó hacia ella y sin darle tiempo a terminar lo que tenía Lucía en mente, la besó desesperadamente. Dejó escapar en ése beso toda la tensión que había acumulado durante los tres meses de su ausencia y ella no opuso resistencia, se dejó llevar y descargó su propia tensión en la única acción que en ése instante los unía. Las lágrimas comenzaron a mezclarse en sus caras, la habitación se llenaba rápidamente de cuadros y de espejos, los minutos fueron deshaciéndose como papel en el fuego. Y al fin, el ritmo acelerado de ambos fue marcando el camino hacia la cama.
- No tiene que ser así.- llegó a decir ella, entre besos que no quería detener, pero él continuó besándola y provocándole el deseo insostenible de tenerlo dentro su piel.

Continuará...