domingo, 14 de septiembre de 2014

El cazador y el demente: Capítulo 1

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Llevo media hora con la vista perdida en el foco de luz, que se balancea levemente. Me encuentro sentado sobre una silla y frente al rugoso escritorio que sostiene a mi computadora, mirando el brillo polvoriento que alumbra una habitación sin otros muebles. No los necesito, alcanzan cuatro paredes para evitar la mirada indiscreta de curiosos y demás olvidados. Sufro de un encierro impostado, incierto, inimaginado; algo que mi cuerpo rechaza con dolores en el estómago y en mi cabeza, decantando en una tos que escupe quejas y falta de inspiración.

¿A dónde fue a parar esa inspiración? Los segundos que pasan duelen intensamente, ¿mencioné ése detalle? Mi laptop yace sobre la nada que presido y es una puerta que no se cómo cruzar, ni aun siendo un fantasma. No... no soy uno de ellos, pero se que detrás de ella, me espera el mundo que imagino y es perfecto, un lugar lleno de historias que puedo compartir con mis lectores, con los extraños caminos que toman o las consecuencias que desean vivir.

Una de esas historias involucra a Reinaldo, el cazador de pasiones. Un héroe que vive sus aventuras antes del desayuno y cobra las recompensas antes del almuerzo, El museo de Emociones Humanas se encarga de pagarle. Una de ellas consistió en encontrar marionetas que lloraban sin parar, por tener el corazón roto. Reinaldo no sólo las encontró, sino que les enseñó a llorar también por felicidad. En otra oportunidad, atrapó un pez que se alimentaba de los deseos que la gente tiraba al mar y nunca se cumplían. Así fue porqué le dijo al mundo que nunca los pidieran sobre un muelle o a orillas de la espuma.

Hoy, Reinaldo, no hace otra cosa que mirar el reloj, esperando que el escritor convierta el blanco en otra nueva aventura maravillosa.

Pasa otra media hora y la mayoría de los ruidos cesan afuera, lléndose a dormir. Quedan algunos perros ladrando y con su barullo, lejano pero efectivo, me distraen unos segundos del hipnótico vaivén de la lamparita.

- Tengo que escribir... Tengo que.- digo en voz alta, como si alguien me escuchase.

- Tenés que escribir, tenés qué.- contesta nadie.

Pego un salto y tiro la silla en el proceso. Doy un par de pasos hacia un costado y asimilo rápidamente la respuesta que imaginé para mis adentros. Dejo pasar cinco segundos sin respirar y me quito los anteojos, llevándolos a mi pecho y frotándolos con la tela de la camisa. Luego froto mis ojos y me los pongo de nuevo.

- Debo de estar muy cansado.- digo en voz baja, luego de un suspiro.

- Cansado de ser humano. Y ni hablar del mío.- otra vez la voz.

La media hora debió de estirarse por veinte, porque escucho la voz de alguien más en la habitación. Echo un vistazo general por el lugar pero tardo medio segundo en asegurarme de que soy el único presente allí. No puede estar escondido porque solamente tengo un escritorio, una silla y una laptop. Pienso unos instantes en lo pasado de sueño que estoy y en lo normal que se torna "tener conversaciones" con los personajes de mis historias y hasta con Reinaldo. Esas mismas charlas que luego se imprimen en papel y a la gente le terminan gustando.

Sin embargo, juro que esta vez se sintió real...

- Porque soy real, casi tanto como vos.- interrumpe la voz.

Me quedo mudo y repentinamente, se vienen a mi cabeza todas esas historias de terror, donde el escritor decide mudarse a cierta casa abandonada, comienza a escribir una historia sobre ella y luego, lo asaltan aquellos habitantes fantasmas de la misma.

- Por favor, una vez intentaste escribir sobre fantasmas y quedaste en ridículo. Y a mi, que todos esos cuentos que creás para chicos "no tan chicos" me hacen sentir que piso hormigas con una aplanadora.

Ese último parloteo despierta mi curiosidad y transformo el miedo en interés. Me vuelvo a quitar los anteojos y cierro un instante los ojos, descansando la mirada y pensando en lo que voy a decir. Si voy a delirar con mi conciencia, mejor saquémosle provecho.

- No soy tu conciencia.- responde.

- Claro que no, no necesito hablar para que contestes. Claro que no sos mi conciencia. Y casi que no estoy inconciente...- le digo, con sorpresiva tranquilidad.

- A veces, creo que hablás y la gente no te entiende. Es como si en una misma frase preguntás y contestás, pero en una especie de mezcla indescifrable de ambas.

- ¿Que me pregunto y me contesto solo?- atino a preguntarle a nadie, como un conocido más.

- Exacto, es como si...

Deja un hueco de unos segundos sin responder, hasta que el silencio empieza a doler nuevamente. Cada nuevo segundo amenaza con cortarme la piel. En favor de mi salud mental, decide continuar:

- ... como si hablaras conmigo, sin esperar a que te conteste.

- Ah, ¿si? Y vos, ¿quién sos?- pregunto, ya divertido.

Otra vez... esos segundos en silencio se hacen presentes y tengo la sensación de que me conoce; sabe que los odio y que son la verdadera razón por la que escribo: para matarlos definitivamente o convertirlos en esclavos eternos de la lectura. Odio los silencios entre personas... bueno, en éste caso, entre el imaginador e imaginaria, como me gusta llamar a mi máquina de ideas. Sin embargo, los segundos no cesan y el pecho empieza a presionar, hasta el punto de obligarme a tomar mi abrigo y dirigirme hacia la puerta de salida. Eso es, un poco de aire fresco de la noche me va a caer bien.

- ¿A dónde vas? Aún no te dije quién soy.- la voz, otra vez.

- Pff...- dejo escapar, como gesto de molestia.- No sos más que el estrés que tengo acumulado y que se va a ir con unas buenas horas de sueño.

Abro la puerta y me dispongo a salir, pero la voz suelta esas últimas palabras amenazantes.

- Soy tu inspiración. Y vengo a decirte que si hoy no terminás la historia nueva que empezaste a escribir, voy a matar uno por uno a tus lectores.

Un extraño sabor a sincericidio en los oídos acompaña la mano que cierra la puerta de mi habitación.

G